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22 de marzo de 2015

SOCIEDAD EJEMPLAR

Hace algunos días leía un reportaje sobre los desahucios. Aparte de explicar con cifras y porcentajes la tragedia que viven muchos ciudadanos de este país —en adelante estercolero, ciénaga, o pocilga—, el citado artículo venía acompañado de numerosas imágenes: fotografías tomadas en el momento en que a alguna familia, con todos sus miembros en el paro, la ponen en la calle y se le aplica por lo civil y por lo criminal la famosa frase de una de nuestras diputadas: “que se jodan”. Por cierto, ya me gustaría ver a la individua en cuestión dándoles el derecho de réplica, simplemente para que tuvieran la posibilidad de decirle “señora diputada” prescindiendo de la primera y la última sílaba, en lo que sería un claro hoy por ti y mañana por mí.

Como decía, el reportaje presentaba varias fotografías. Una de ellas mostraba una calle tomada por la policía: un número incalculable de agentes, muchos de ellos encapuchados, otros en la retaguardia posando con grandes escopetas, y un número no menos considerable de furgones policiales —las lecheras, un concepto para los que tenemos cierta edad asociado a la dictadura y que vuelve con fuerza—. La imagen sometida a unos leves retoques de photoshop podía colarse con toda tranquilidad en la franja de Gaza. 

En otra fotografía aparece la anciana de ochenta y cinco años desahuciada en Vallecas. La imagen desprende una impotencia que acongoja.  Está sentada en una silla junto a su cama, que muestra un colchón duro debajo y otro blando encima, ambos totalmente desnudos de sábanas, que insinúan un dolor de espalda permanente impidiéndole conciliar algunas horas de sueño seguidas, una triste imitación de un carísimo colchón viscoelástico. Ella llora y tapa con una mano —mano de dedos torcidos en los que la artrosis ha hecho mella durante mucho tiempo— las lágrimas, mientras la otra, sobre sus piernas, impide que su bastón caiga al suelo. Ha dejado atrás una guerra, una posguerra, una dictadura, y ahora, nuestra fantástica y democrática sociedad del bienestar, le dice: “abuela, váyase, aquí no tiene sitio”.

En la siguiente foto, aparece una pareja de mediana edad. Sobre el cuadril de ella una niña de pocos años que llora con cara de asustada. El hombre tiene una mano acariciando el cuello de la madre y los ojos llenos de lágrimas. No transmiten enfado o ira, más bien parecen sentir culpa y querer decir: “perdóname, no he sabido defender nuestra casa”. Detrás, entre la gente, un chico con rastas llora y parece gritar con impotencia, quizá llore porque el futuro de los jóvenes también está siendo desahuciado en esta pocilga. 

Supongo que las tres imágenes tienen su continuación en el futuro. Los policías de la primera seguirán montándose en sus lecheras para ir de desahucio en desahucio y repetir la fotografía en este bucle inmoral y perverso. La anciana despertará cada mañana con sus dolores articulares y el dolor en el  corazón que le hará plantearse a cada instante si merece la pena continuar el camino. Y la familia de la tercera fotografía aparecerá en la página de sucesos, cuando alguno de los dos no sea capaz de superar la depresión y decida lanzarse desde alguna azotea al vacío. Eso sí, nuestra remilgada sociedad esperará que la pequeña, testigo de toda la tragedia, sea, en ese futuro, ciudadana ejemplar.


Sit tibi terra levis

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