Una mañana suena el despertador, bajas los pies de la cama, el frío del suelo eriza toda tu piel y cuando llegas al cuarto de baño y levantas la vista frente a el espejo resulta que eres un infeliz. Tal cual, sin medias tintas y tirando por la borda media vida. Miras a tu familia y piensas que es maravillosa, intentas tener buenos amigos o ayudar a alguien cuando puedes, dedicas unas horas a tu hobby favorito, el Betis de vez en cuando te alegra el fin de semana, estás siempre contento, disfrutas con tu trabajo, y todo eso no sirve para nada, eres un infeliz como la copa de un pino.
Hasta hace poco pensaba que tenía una vida plena, un vida feliz. Sin embargo, hace unos días en el Boletín Oficial del Estado me comunicaron que tururú, que mi vida no vale un pimiento. El Estado se encargó de trasladarme la noticia de que estaba tratando de usurpar el sitio de otro —nada más y nada menos que intentaba colocarme en el sitio de Dios, decía— y que por tanto no podría aspirar a ser feliz en esta vida terrenal. ¿No se lo creen? Pues consulten el BOE del veinticuatro de febrero del corriente año y verán que no es mentira podrida.
El citado documento nos muestra los aspectos curriculares de la asignatura de Religión Católica para la Educación Primaria y Educación Secundaria. Entre muchos planteamientos discutibles pero que nuestro Estado asume, hay uno que dice: “Este rechazo de Dios tiene como consecuencia en el ser humano la imposibilidad de ser feliz”. Cuando leí semejante afirmación, el corazón me dio un vuelco. Pero tras el shock inicial empecé a buscarle solución al asunto. Pensé que lo mismo se trataba de un error, o de un sesgo a la hora de realizar tan demoledora afirmación.
Como soy de ciencias puras encendí el ordenador y me puse a buscar estudios sobre el asunto. Lo primero que hice fue intentar averiguar cómo habrán medido la felicidad los autores del escrito del BOE. Pensaba que quizá pudieran medirla en kilos, o en metros, o en vatios, o incluso en ohmios. Y por otro lado debía buscar una escala que me indicara a partir de qué cifra me consideraban infeliz. No sé, algo parecido a que el Felicitólogo me dijera: “sus cifras de felicidad están en una misérrima cantidad de kilo y medio, así que siento decirle que es usted un infeliz”. Esta estéril búsqueda me llevó a otro pensamiento no menos importante. Lo mío ¿tiene solución? ¿existe en el mercado algún comprimido, cápsula, ampolla o inhalador —dios no lo quiera que el formato elegido sea el supositorio— que me proporcione la cantidad mínima diaria recomendada de felicidad? Y sobre todo en caso afirmativo ¿lo pasa la Seguridad Social? Por desgracia, no obtuve el resultado esperado. No hubo forma de saber los motivos por lo que el BOE me llamaba infeliz, supongo que tendré que ponerme en contacto con el servicio de atención al usuario para que me explique todo el asunto. Pero mucho me temo, que la explicación sea un “porque eso es así”, o un clásico “porque yo lo digo”, o el lapidario e irrefutable“porque es lo que sale en el ordenador”.
Dicho esto, cada día tengo más claro lo que tengo que leer. Para saber de donde venimos: la Biblia y el Quijote. Para saber hacia donde vamos: el BOE.
Sit tibi terra levis
Triste época la que nos toca vivir. Una vuelta a la Edad Media pero llena de tecnología. Y con la Genética como nueva fuente de nazismo. Cuánta oscuridad
ResponderEliminarPues sí. Una vuelta al pasado, a lo rancio, a dar la espalda al hombre.
EliminarGracias Manuel por tus participación en este blog.
Excelente columna, como viene siendo costumbre en usted.
ResponderEliminarComo bien dicen, volvemos al pasado. A un pasado no tan lejano, que apestaba a sacristía y a sotana hasta en la sopa. Gracias acertado escrito.
Un saludo de un moronero en el Norte.
Gracias Francisco. La historia se repite una y otra vez. Desgraciadamente, no tenemos arreglo.
EliminarSaludos desde el Sur.