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2 de diciembre de 2013

EN UN LUGAR...

En un lugar de Morón, de cuyo nombre si quiero acordarme, no ha mucho tiempo ocurrieron unos hechos que debieran conocer los habitantes de tan significada villa.  Llegaron del oriente, más allá de los reinos de Algámitas, fue desconocimiento público el número exacto de mercantes arribados, pero la ventura hizo que se significasen dos de aquellos mercaderes. Desconocido es también sus nombres, por lo que en este relato los mentaremos como don Kijo-Té y San-Chou. No hallaron fama por sus telas y ajuares dispuestos para la venta. Más bien, del buen suceso que el valeroso don Kijo-Té tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de las farolas del Pozo Nuevo.

A la llegada de la famosa vía, todavía montados en el camión que portaba la preciada mercancía,  descubrieron 19 farolas. Al verlas don Kijo-Té se dirigió a su ayudante:

-Mira San-Chou. Se ven más de una docena de dragones. Pienso hacer batalla y arrebatarles la vida. Evitándoles  el peligro a las fermosas dulcineas que moran más arriba  ejerciendo el noble arte de perfumar a los habitantes de esta villa.

-Mire don Kijo-Té que aquello no son dragones. Lo que vuestra merced ve son enormes farolas y el fuego no son más que la luz que desprenden. Deje de leer tanta novela de caballería que nos va a traer una desgracia.

-Bájate del camión y dirígeme para entrar en tan peligrosa calle. Una vez dentro, ya sabré como acometer tan complicada aventura.

Y, nada más bajar el noble escudero, dio acelerador al camión sin atender a los gritos que San-Chou daba, indicándole lo peligroso de su error. Pero iba tan cegado en su pensamiento que no escuchaba a su escudero y cuando se acercó a la cuarta farola le vino al pensamiento un episodio de una novela de caballería que había leído y gritó fuertemente las letras recordadas:

-Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete. 

Se encomendó a las fermosas damas que creía en peligro para que le socorrieran en caso de salir derrotado en aquella batalla. Agarrose fuertemente al volante y embistió a la farola, cayendo ésta tronchada poco más arriba de su base. Momento en el que acudió rápido a socorrerlo San-Chou, mientras se lamentaba amargamente de la afrenta provocada por don Kijo-Té.

-¡Ains que desgracia! -dijo San-Chou-. No sabe vuestra merced lo que ha hecho y como las gastan en esta villa. No le ha quitado la vida a ningún dragón. Lo que ha hecho es destrozar una farola que dijeron que ha costado más de cuatrocientos ochenta y siete mil ducados. Y ahora en caso de reponerla puede que su valor sea mucho menor.

-Pues esa circunstancia no tiene mayor problema -contesto don Kijo-Té-. Agradecidos quedarán los ciudadanos si menos ducados tienen que pagar por ella.

-Pero sepa vuestra merced -decía San-Chou lamentándose- que el problema viene por las explicaciones que tendrá que dar el alcalde de esta villa don Juan Manuel de Rodríguez al maese Mosqui, cuando le pregunte si son ciertos los rumores de la plebe que en tabernas y ventas hablan que en esas compras de farolas se perdieron miles de ducados.

-Si así fuere, mi querido San-chou. Los dirigentes de palacio tendrán que disponer a los caballeros de esta villa para buscar hasta el último ducado perdido por todo los rincones de este mundo, incluso más allá de los reinos de Sanlúcar si fuese menester. 


Sit tibi terra levis.

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