Spain is different. Nuestra actual monarquía bananera se esfuerza día a día por mantener el listón lo más alto posible en todo aquello que haga mención a lo cutre y al despropósito. Nos colocamos delante del televisor, escuchamos la radio o leemos periódicos y... ¡Cáspita! Nos encontramos con alguna exaltación de la infamia, la sinrazón y el ridículo. Pero cuando algo puede ir a peor, irá a peor. Ante cualquier situación esperpéntica de las múltiples que se se dan en nuestro imperio, siempre sale algún presidente, ministro, político tradicional, portavoz de turno o el diablo en biquini para dar explicaciones y, sobre todo, empeorarlo todo -no puedo evitar que me venga a la cabeza nuestra adorable ministra de lo que queda de sanidad, Ana Mato-.
En estos días hemos observado la rocambolesca situación del presidente de Bolivia, Evo Morales. Los distintos países de la Desunión Europea han quedado a la altura del betumen en este asunto y, claro está, nuestra amada patria no podía ser menos. Me imagino a ese diplomático español subiendo al avión, silbando para disimular, mirando de reojo cada rincón de la aeronave e intentando encontrar algún indicio para decir; “lo ves Morales, te hemos pillado mequetrefe”. Eso si, el tema merecía la pena. Atrapar para nuestro gran hermano yanqui a ese villano que han acusado de ser el mayor espía de nuestros tiempos.
Pero, lo tengo que reconocer, soy un torpe y un melancólico de otros tiempos, supongo que claramente influenciado por el cine y la literatura. Crecer bajo el prisma de las aventuras de 007 me ha hecho idealizar el mundo del espionaje. Yo pensaba en esos espías encargados de infiltrarse tras las líneas enemigas para conseguir valiosos documentos y si lo pillaban, ¡zas! se acabó todo. Pues resulta que no. Ahora, el Snowden ese, va y desvela que su país está espiando a sus aliados. Los espiados, lejos de intentar trincarlo para saber como eran espiados y solucionar sus evidentes problemas de seguridad, se ponen de acuerdo para imposibilitar que se escape y que los yanquis le den su merecido al personaje en cuestión. El mundo al revés o la pérdida total de las tradicionales reglas de la información y contrainformación.
Por otro lado, también pienso que todo se debe a que los tiempos cambian y uno se vuelve un carcamal. Las antiguas e inamovibles leyes dan paso a nuevas formas de ver las cosas. Todo será cuestión de adaptarse a los nuevos tiempos que corren. Situaciones antes mostradas como dogma, hoy día se consideran obsoletas y cercanas a la locura. Un ejemplo. En la infancia de los que tenemos ya una cierta edad, ir a disfrutar de una jornada de baño -ya fuera en piscina, playa o riachuelo-, suponía el cumplimiento exhaustivo de una serie de normas. La reina de aquellas normas era cumplir escrupulosamente el tiempo de digestión, es decir dos horas después de comer no había un dios que se pudiera meter en el agua. A ningún tierno infante se le ocurría intentar romper tan instaurada norma. Sin embargo, ahora, es normal pasarse por el arco que forman nuestros miembros inferiores el citado tiempo. Consecuencia. Esas dos horas han dejado de dedicarse a momentos únicos como la partida de cartas con los padres, lectura de tebeos de Mortadelo y Filemón o visión de clásicos de western -téngase en cuenta que en aquella época no nos traumatizaba ver a John Wayne dándole matarile al villano de turno y en cambio nos escandalizaba cuando alguien ganaba dinero viviendo del cuento, justo al reves que en la actualidad-. Un desastre.
Sit tibi terra levis.
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