Parece ser que el gran momento ha llegado. El magnánimo acontecimiento está a punto de producirse. Un escalofrío recorre la espalda y el corazón late más apresurado que de costumbre. La situación crea cierto nerviosismo e incluso pueda requerirse la ingesta farmacológica para mantenernos centrados. Sabemos que el codiciado premio lo tenemos al alcance de nuestras manos y eso, queramos o no, es capaz de desestabilizar a cualquiera.
Posiblemente, la elección del nuevo director gerente de la multinacional de la fe o la aparición de algún nuevo cargo público metiendo la mano en la caja queden en un segundísimo plano. Cualquier noticia, otrora digna de ser portada, pasará prácticamente desapercibida. La inauguración de los jardines de la Carrera será el acontecimiento mundial. Un hecho histórico que será recordado de generación en generación. Efectivamente, el ciudadano de nuestro pueblo verá saciadas sus necesidades ante la majestuosa y faraónica obra. Nada ni nadie puede ya privarnos del disfrute de semejante espacio para el esparcimiento y ocio de los moroneros.
No es el momento de caer en la crítica fácil. No pensemos en los euros que nos costará la broma -porque costarnos nos va costar-. Ya habrá tiempo de pedir responsabilidades -por supuesto, nadie las asumirá- por el dinero a pagar debido al retraso. Para ello tenemos a la ciudadanía, se le suben los cuartos en algún impuesto y aquí paz y después gloria.
Pienso acudir en las primeras horas de la apertura a visitar la zona, es una forma de ver como es el proyecto en su totalidad. Pasado poco tiempo, todo queda desvirtuado, modificado y sustancialmente alterado. Me explico. Pasado un tiempo, más pronto que tarde, aparecerán en la zona el reflejo inexorable del paso de cierta ciudadanía. Es decir, para entendernos, en cuanto pasen por allí un par de hijos de la gran puta, los jardines quedarán como suelen quedar las zonas públicas en nuestra sociedad. No pasará ni una semana, siendo generoso, sin que aparezca alguna pintada que recuerde que el Jonatan y la Vane se dieron el flete en la zona o que la pandilla del Kevin imprima su símbolo en alguna zona.
Comentario aparte merecen los cánidos, mejor dicho, los dueños de los cánidos. El perro, ese animal dócil y fiel como ninguno, no merece dueño tan puerco. La facilidad para dejar los excrementos a diestro y siniestro, a barlovento y sotavento, sin ningún atisbo de ser recogidos, es la norma en nuestro pueblo. Un paseo por nuestra villa se transforma en una aventura para evitar el pisado continuo de tan escatológicas esculturas. Por tanto, los jardines de La Carrera no será excepción a tan desagradable afición y pronto será decorada con deposiciones para sonrojo del can por tener tan impresentable dueño.
Como no puede ser de otra forma, los miembros del Pepesoe se dedicarán en los próximos días a la pertinente obligación para sacar su posible rentabilidad, faltaría más. Mientras, para los ciudadanos, no es descabellado acudir a la mayor brevedad a la visita de los jardines, cuanto antes veamos el resultado final del céntrico jardín mejor o de lo contrario corremos el riesgo de encontrarnos un solar. ¿Exagerado? No, realista.
Sit tibi terra levis.
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