Estamos
acostumbrados a ver a los forajidos morder el polvo. El héroe de
turno consigue hacer pagar a los malvados las fechorías cometidas.
Lastima que sólo ocurra en el cine. Una pena. La realidad se nos
muestra con una exasperante decepción. Los malos suelen ganar y para
colmo, en no pocas ocasiones, los inocentes son culpabilizados.
Un
ejemplo. Para todo ser vivo de este estercolero, con presencia
neuronal, los culpables de la situación actual son los banqueros y
los políticos tradicionales. Los primeros son villanos
profesionales; dan el golpe, cobran su millonaria indemnización y
callan. Los segundos, se ofertan como personas honestas, toman la
poltrona y tapan sus miserias e ineptitudes culpando a otros. Aunque
a veces ocurre que se les acaba el margen. Cada vez queda menos gente
para echarle la culpa de este desaguisado. Al principio, no existía
la crisis, recuerden ese Zapatero declarando con gran seguridad
-nuestra economía es un trasatlántico-. Al cenutrio se le olvidó
apostillar que se refería al Costa Concordia, hundido hasta el
mocho. Después llegó Rajoy, “pinocho” para los amigos. Llego al
sillón a base de mentiras, con un programa oculto para los votantes.
Primero le echaba la culpa a la herencia socialista -algún día
habrá que explicar como la palabra socialista ha perdido su
significado-. Pasado un tiempo, la culpa era de la incertidumbre
griega. Posteriormente a que no nos daban viruta para la banca.
Cuando nos dan la viruta, un poco de paciencia, debíamos esperar
algunos días. Pasado los días teníamos que esperar a las
elecciones griegas. Cuando ganan los que ellos quieren, ya no saben a
quien largarle el muerto y como siempre, los trabajadores de la
administración pública somos unos vagos y debemos de esforzarnos en
sacar adelante la mierda de país que están dejando. Yo, en mi
humilde opinión, les propongo que culpen a la caprichosa alineación
de Júpiter con alguna luna de Saturno y la bisectriz que forma con
el planeta Tierra. A lo mejor, ellos mismos se lo creerían.
Pero
los políticos tradicionales no ponen límites a los culpables. A los
trabajadores de la administración pública y a los manifestantes del
15-M, ahora se les une otro gremio para denigrar sin miramientos; los
mineros del carbón. Otros malvados a la lista de traidores de la
patria. Más carcoma que está llevando nuestro noble imperio al
abismo. Hace unos días, en una tertulia radiofónica, declaraba un
iluminado de la política -los mineros no pueden pensar en conservar
sus privilegios de forma vitalicia- En ese momento, espurreé el café
que tomaba, la carcajada casi me hace atragantar. El caradura,
hablaba de privilegios. Claro, para el soplapollas, jubilarse a los
cuarenta y cinco tacos es un privilegio. Un privilegio para alguien
cuya vejez raramente llega. Un privilegio para alguien cuyo enfisema
pulmonar en el mejor de los casos o el cáncer de pulmón en otros es
la moneda habitual a cambio de su trabajo. Se me viene a la cabeza el
libro de Daniel Montero, La Casta. Verán lo que es tener privilegios
en este puñetera monarquía bananera.
Pero,
el avispado lector, seguro que habrá atado cabos. Cuál será el fin
último y la obsesiva misión de esa casta política para acabar con
las minas de carbón. Muy fácil, tener unas navidades felices.
Imagínense, sus majestades los Reyes Magos de Oriente, no les podrán
regalar todo el carbón que se merecen. Hasta eso, tienen controlado.
Los malos siempre ganan, a costa de los inocentes, por supuesto.
Sit tibi terra levis.
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