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11 de noviembre de 2018

DESPEDIDA


        Sabía que a la gente no le gustan las despedidas. Se enfadaba bastante y torcía el gesto cuando alguien lo expresaba en su presencia. Creía muy pusilánime catalogar todas las despedidas de la misma forma, sobre todo la despedida de la vida. No llegaba a comprender los motivos por los cuales las personas renunciaban a tan trascendente momento. Pensaba que tendría que ver con el egoísmo inherente al ser humano, una forma de evitar el sufrimiento de decir adiós a alguien querido. Sin embargo, para él, la despedida suponía la oportunidad de cerrar el ciclo de la vida, de decirle a los que le rodeaban que mereció la pena esta aventura.
Habían pasado varias  décadas y a pesar de ello mantenía en su pensamiento todos los detalles del encuentro. En ocasiones, se quedaba absorto durante varios minutos, con la mirada perdida y aislado del mundo. Era en estos momentos cuando la realidad se confundía con los recuerdos. Sentía el frío de aquella noche de otoño en la que no sabía sin temblaba más por la baja temperatura o por los nervios. Le flaqueaban las piernas y le costaba hablar. Podía percibir el olor a perfume que desprendía el cuello y el pelo alborotado de aquella mujer, notaba el tacto de su ropa, la suavidad de su cara al acariciarla tenuemente con los dedos. Recordaba la imagen de los dos abrazados en la calle solitaria, entregados a un largo beso, sentía el sabor de sus labios. Jamás imaginó que aquel beso lo perseguiría durante el resto de su vida. Cada día se preguntaba si ella estaría dispuesta a repetirlo. Este pensamiento no le causaba tortura, ni siquiera tristeza, más bien le proporcionaba esperanza y deseo.

No eran pocas las veces en que discrepaba con amigos y conocidos cuando surgía el tema de cómo le gustaría a cada uno recibir a la muerte. No sólo no deseaba morir fulminado de un ataque al corazón,  sino que tenía auténtico pavor a que esto ocurriera. En su pensamiento siempre estaba que tenía que despedirse, los seres queridos no merecen que sean abandonados sin un adiós. Por ello se consideró muy afortunado cuando, cerca de su final, tuvo la oportunidad de volver a estar con ella. Fue a visitarla, la encontró sentada en el jardín, junto a la fuente, donde todos los días la enfermera la ponía en su silla de ruedas. Mientras se acercaba, sintió el mismo temblor de piernas que aquella noche de otoño perdida en el tiempo.  Se sentó a su lado, las cuatros manos arrugadas quedaron entrelazadas por los dedos.Se miraron fijamente a los ojos hasta que consiguió hablarle: “tengo que decirte que he tenido una vida feliz, he disfrutado de una familia maravillosa, he estado rodeado de personas increíbles, pero nada hubiera sido igual sin ti, porque gran parte de la felicidad que me llevo está en el beso que nos dimos aquella fría noche de noviembre de mil novecientos y pico”

Sit tibi terra levis.

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