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30 de octubre de 2018

PATRIOTEROS



Me había levantado aquella mañana con ánimos renovados. Me había propuesto enmendarme y para ello haría todo lo que estuviera en mi mano. Lo primero que hice fue tomar el desayuno frente al televisor, viendo los programas especiales de tan señalado día. Una vez lleno el estómago, me afané en buscar en los cajones el elemento central de lo que sería mi nueva vida. Tras muchos minutos revolviéndolo todo, acabé por rendirme. Mal empezaba si no podía seguir el consejo de algunos de nuestros idolatrados dirigentes: no tenía ninguna bandera para colocar en el balcón en el día de la Hispanidad. 
En mi descargo diré que estuve tentado de fabricarme alguna con retales o de colocar una camisola de la selección española de fútbol. Pero deseché la idea ante el temor de que alguien pensara que aquello no era digno para tan magnánima fecha y si algo me había propuesto era ser un patriotero como Dios manda. Así que tras anotar en mi agenda “comprar bandera grande para el balcón” me dispuse a ver el desfile militar. Decidí que lo haría de pie, frente a la pantalla del televisor y vitoreando varios “vivas al Rey” al mismo tiempo que los militares cuando pasaban delante del monarca. Pensé que al día siguiente sería un ciudadano nuevo, reconvertido, que caminaría con la cabeza alta y deseoso de dar la vida por mi país -aunque tampoco había que llegar a esos extremos-. Sería un patriotero de los de verdad.
Ha pasado poco más de una semana y he desistido de mi intento de conversión. A poco que mire lo que ocurre en este país, se me pasan las ganas. Observar cómo somos uno de los países con mayor número de personas en riesgo de pobreza y algunos partidos políticos se echan las manos a la cabeza porque el sueldo mínimo interprofesional suba hasta los novecientos euros, me parece más que suficiente para no sentirse orgulloso. Por si esto fuera poco, le añadimos que el Tribunal Constitucional condena a los bancos a pagar los impuestos derivados de las hipotecas, para veinticuatro horas más tarde decir que se lo tienen que pensar, que vaya ser que los bancos se nos enfaden —la medida da un tufo a podrido que asusta—.
Así que no quiero ser patriotero, prefiero seguir siendo patriota. Prefiero a la gente de esta tierra que pagan los impuestos, que no pretenden un cargo público para meter la mano en la caja, a los profesionales que se esfuerzan en superarse cada día, a los empresarios a los que no les ciega la avaricia y pagan sueldos justos, a los Nadales que suponen un ejemplo de esfuerzo para las nuevas generaciones, a los estudiantes a los que no les regalan los títulos y se tienen que marchar a otros países para sobrevivir. En definitiva, me siento orgulloso de todos los que no necesitan banderas en los balcones para ser patriotas, pero patriotas de los de verdad. 
Sit tibi terra levis.

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