About me

En esta página puede leer todos los artículos publicados hasta la fecha en el DIARIO DE MORON

20 de noviembre de 2018

OJOS CELESTES


Sus ojos tienen un celeste intenso, muy intenso. Su cara está llena de arrugas, los surcos de la piel podrían corresponder más bien a una anciana de noventa años que a ella, que estará por los cuarenta y tantos. Su cuerpo, al contrario que su rostro, tiene el peso de una niña. Es esa extrema delgadez lo que primero resalta de ella, sus tobillos y muñecas apenas se diferencian en grosor con sus muslos y brazos. 

La vida no la ha tratado bien, o quizás haya sido ella la que no trató bien a la vida, el resultado es el mismo. Pasa el día de un lado para otro, pidiendo dinero para una lata de cerveza, para tabaco o quizá para meterse algo más —esto último lo desconozco y maldita sea si me importa—. Suelo darle un euro con veinte para una caña, excepto cuando va muy pasada de alcohol porque saca su mal genio: se pone a gritar y a maldecir. Como decía, suele recorrer terrazas y bares buscándose la vida que ella ha encontrado. Lo suele hacer sobre todo por la noche, sin embargo, aquel día apareció por el bar mientras el personal tomaba el café matutino. Observé que tenía un buen día porque fueron varios clientes los que le dieron algunas monedas, pero como dice el cartel que preside numerosos lugares de trabajo: “¡Hoy es un día precioso! Seguro que viene alguien y lo jode”. 

En la esquina de la terraza estaban dos tipos habituales del local, uno de ellos tiene pinta de señorito andaluz, ya saben, pantalón más corto de lo habitual, dos o tres dedos por encima del zapato, con el cinturón a la altura del ombligo y chaqueta acolchada verde sin mangas. Cuando nuestra protagonista se acercó a ellos para cobrarles el particular “impuesto revolucionario”, el señorito le respondió de muy malos modos que lo dejara tranquilo. El tono utilizado fue lo de menos, lo peor fue la mirada de desprecio que le dirigió. Ella se volvió, balbuceó algo, imagino que se acordaría de los antepasados de aquel tipejo y se dispuso a cruzar la calle.  Una vez en la otra acera, ella se giró para contestarle algo al señorito que la había mirado y despreciado de esa manera. En un intento de reivindicar su pisoteada dignidad le gritó: “¿Sabes una cosa…?”

No terminó la frase, algo le llamó la atención. A pocos metros, una paloma enferma se movía con dificultad  en medio de la calle. Corrió para colocarse junto al animal, detuvo al coche que circulaba en dirección al ave, le ayudó con el pie a quitarse de la carretera y se olvidó de los imbéciles que abundan por el mundo.

Sit tibi terra levis.

No hay comentarios:

Publicar un comentario