Me gusta asomarme a la ventana. Al abrirla, el fresco amanecer se me aparece entre sombras de iglesias y castillos. Noto como entra una suave brisa que golpea mi rostro, es agradable, diría que necesaria, como el soplo de aire que busca quien se ahoga en el mar. Paso algunos minutos observando la imagen, la he visto infinidad de veces, siempre igual y siempre diferente. Durante esos breves instantes, me desconecto casi totalmente de la realidad que me rodea y no son pocas las ocasiones en las que acuden historias, personajes y momentos que después pasan a ocupar esta y otras páginas.
La ventana es para mí el paso entre dos mundos, una salida, la huída necesaria. Imagino que no seré el único mortal que tenga una ventana por donde escapar, un hueco por donde abandonar, momentáneamente, las pesadas mochilas de la vida. Quizá esta sea la razón por la cual escribo. Me siento delante del teclado y observo cómo la mochila se hace cada vez más liviana, tan ligera que parece que desaparece en su totalidad. Quizá para aquellos que se preguntan —y me preguntan— los motivos que tengo para ,a estas alturas de la película, ponerme a escribir, después de leer esto les quede más claro. Es tan sencillo como que es una forma, mi forma, de soportar el peso de la mochila.
Y mientras miro a través de la ventana, comienzo el regreso al mundo real. Me despido de los personajes y de sus historias. Respiro profundo, otra vez noto la brisa matutina en mi rostro y en mi cabeza permanecen estas líneas. Cierro la ventana, me giro, y sobre la camilla permanece inmóvil el cuerpo de una mujer. Me acerco, y continuo retirando todo tipo de catéteres, tubos y cables.
Desconozco a dónde habrá ido, ni siquiera sé si es que habrá ido a algún sitio, pero su cuerpo sigue allí y allí seguirá hasta que alguien se lo lleve. De lo que estoy seguro es de que sí formará parte de mi pesada mochila, porque al final siempre acaban en ella metidos. Voy a cerrar sus ojos, los ojos expresan la vida, quizá por esto siempre quiero que queden cerrados.
Intento que los párpados queden unidos y den al rostro aspecto sereno, a lo lejos se escucha el sollozo y llanto desesperado de los vivos, siempre igual y siempre diferente, como el amanecer. Creo que es hora de recoger la mochila y marchar a casa. Ya ha amanecido, que no es poco.
Sit tibi terra levis.
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