Los que ya tenemos cierta edad recordamos cómo era familiar ver los dos rombos en la pantalla del televisor cuando se trataba de películas de terror o de alto contenido erótico. Pues bien, yo creo que deberían volverse a utilizar para advertirnos de que ciertas imágenes pueden herir nuestra sensibilidad. Un magnífico ejemplo sería usar el antiguo distintivo en la emisión de los actuales telediarios. Convendrán conmigo que sentarse a la hora del almuerzo acompañado de un noticiario es sinónimo de querer quitarse las ganas de comer, eso en el mejor de los casos. En otras ocasiones, la pérdida de apetito se acompaña de ganas de vomitar y soltar todo tipo de espumarajos por la boca.
Nuestro actual y querido estercolero está en su particular primavera, todo florecido. No existe rincón que no tenga que tapar sus vergüenzas y sus sinvergüenzas. Escándalos de todo tipo nos deslumbran y cada vez es más complicado sorprendernos, y eso que ponen verdadero interés en conseguirlo. Esta circunstancia hace que nos replanteemos ciertos aspectos de la vida, los valores, e incluso la ética. Este que suscribe no es una excepción, y estoy valorando con seriedad buscar a alguien ya rodado en el tema, para intentar mi inclusión en el llamado 15 M. Cada uno es libre de elegir el camino, unos se dejan arrastrar por el sistema, otros intentan enfrentarse a él, y muchos pasan la vida ni fu ni fa. Quiero dar ese paso, no sólo porque quiera vivir a cuerpo de rey abdicado, más bien por dejarles un futuro a las generaciones que dejaré aquí.
Aclaro que con el 15M no me refiero a esos ciudadanos que protestaron en las plazas y que crearon un movimiento pacífico contra el actual estado de cosas –o más bien, estado de caraduras-. Yo quiero pertenecer al selecto club del 15 M : los de los quince millones de euros gastados con tarjetas negras, opacas, black, o como diablos se les quiera llamar. Ese círculo de golfos que gastaban indecentes cantidades de viruta en lencería, joyería, vinos, puros, y un largo etcétera de caprichosos lujos. Comprenderán que a estas alturas de la vida hay que espabilar y sobre todo cubrirse las espaldas, no me puedo permitir dar facilidades para dejarme cazar por una espada traicionera sin ni siquiera poder pedir cuartel o acogerme a sagrado. Y claro está, entre los dos 15 M no hay color. Mientras a los de las plazas les caen como churros peticiones de elevadas condenas, a los de las tarjetas se le abre una cuenta en el banco por si vuesas mercedes tuvieran a bien devolver algunos marevedís. Por supuesto, a estos últimos, ni se plantea meterlos en la jaula, faltaría más.
Llegados a este punto, permítanme que escoja una última opción y gaste toda la pasta en gasolina y cerillas -invita la casa-y, como he dicho en otras ocasiones, empiece en Finisterre y acabe en Trafalgar una buena orgía de fuego y destrucción para mandar definitivamente a hacer puñetas todo este despropósito. Quizá empezando de nuevo tengamos escarmiento.
Sit tibi terra levis.
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