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7 de mayo de 2012

EL CLUB DE LAS MIRADAS PERDIDAS


Hace unos días, asistimos con enorme consternación a la tragedia sucedida en nuestra vecina localidad de la Puebla de Cazalla, donde un menor perdía la vida en un incendio. El desafortunado hecho nos deja sobrecogidos y con un nudo en la garganta. Estas situaciones, en las que la vida golpea nuestras conciencias con enorme crueldad, nos plantean sin contemplaciones nuestra fragilidad e impotencia.

La tragedia por sí misma te deja el cuerpo hecho un guiñapo. A esta circunstancia le sumamos, como toda tragedia que se precie, la presencia de los efectos colaterales. Es decir, a parte de los relacionados directamente por semejante injusticia y a los cuales sólo se les puede acompañar desde el silencio, existen otros afectados. Estos afectados, generalmente anónimos y olvidados, suelen sufrir el acontecimiento desde un apartado rincón de la vida.

Permítanme que les cuente la existencia de un selecto club. A este club, no se puede acceder voluntariamente, ni mediante una generosa donación, ni siquiera existe un periodo de admisión de solicitudes. A este club se accede sin pedirlo, sin querer formar parte de él. Es el llamado “Club de la Miradas Perdidas”. Una vez admitido, ya nunca podrás dejarlo, jamás podrás pedir la baja voluntaria. Pertenecer a este club, no es ni mejor ni peor, simplemente te toca y se acabó. Este club suele estar abarrotado de esas personas que sufren los efectos colaterales de las tragedias, de observadores del sufrimiento y de testigos directos de la crueldad humana -y en caso de confirmarse la existencia, también de la divina-.
El otro día, fui testigo de la incorporación de alguien a ese club. En esa tragedia que les nombraba al principio, supongo que intervinieron numerosas personas. Pero, por circunstancias que no desvelaré, estuve viendo a dos agentes de la guardia civil que prestaron servicio aquel fatídico día. Ambos, se acababan de jugar el tipo en el terrible incendio. Sus ropas presentaban un intenso olor a quemado, intenso hasta provocar dolor de cabeza. La sala en la que se encontraban quedó rápidamente impregnada del fuerte olor. Ambos se recuperaban del humo inhalado, aparentaban tranquilidad. Uno de ellos, atrajo mi atención, estaba sentado, intentaba captar el oxígeno con cierta ansia y sus ojos, esos ojos delatores, mostraban la mirada perdida de los que han visto el sufrimiento con mayúsculas. Ojos vidriosos que enseñaban lo dura que podía ser la vida con los inocentes. Aquella mirada pérdida mostraba que no sólo estaba impregnado de humo, estaba impregnado de la demoledora impotencia que penetra el cuerpo cuando no se puede hacer algo más por alguien. Mirada perdida de quien sabe que las siguientes noches vivirá de nuevo la tragedia y al despertar, una vez más, alguna lágrima cubrirá de nuevo su mirada perdida.

Por tanto, estimado compañero de club, no te martirices en tu pensamiento, déjalo fluir. Pasará el tiempo, el tiempo que facilita la cicatrización de las heridas. Y algún día alguien te hablará, pero no le oirás, continuarás con la mirada perdida porque un recuerdo te cubrirá tu pensamiento y pasado unos segundos regresarás al mundo de los vivos para darte una nueva oportunidad de seguir adelante. Por tanto, compañero, bienvenido al club de las miradas perdidas, ojalá nunca hubieras cruzado el umbral de sus puertas.

Sit tibi terra levis.

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